sábado, 4 de julio de 2020

NOVATA 51

ENTREBURBUJAS

Enlatar los pensamientos se podría considerar una práctica automática de nuestro cerebro.

Cada persona lleva sus recuerdos empaquetados como puede; el lograr que encajen sin roces aparentes es, poco menos, que imposible. Las neuronas hacen lo que pueden, buscan ampliación logística entre papelotes físicos y, a modo de archivos varios, en la nube. 

Haciendo limpieza de papeles en mi escritorio, he vuelto a leer unas palabras con las que me describía una joven socióloga compañera en un taller sobre “inteligencia emocional” (2014) UV.. En uno de los ejercicios prácticos por parejas, teníamos que describir en un folio algunas de las características que entendíamos definían a nuestro compañero. Lo cierto es que en su mensaje me sentí gratamente comprendida, tanto es así que guardo físicamente su escrito: Auténtica, directa, clara, simpática, risueña, amable. Transmite ilusión, empuje. Sientes que te atiende y te acoge. Quiero seguir manteniendo el contacto con ella. ¡Puede entenderse que conserve este mensaje!

Ahora bien, toda moneda tiene dos caras, y la descripción que completa mi proceder se tiene de puertas adentro. En todo caso, la visión de la compañera de curso, cuadra con la mirada cercana de algunas amigas, y compañeras del trabajo. Desde luego, mi empeño en mantenerme auténtica, directa, clara… puede traerme también complicaciones, pero lo tomo como una señal de aprendizaje, a modo de mantenimiento entreburbujas.

En un curso de Psicología en la Nau Gran (online, por el confinamiento) "Cómo hacer frente a la incertidumbre" que acaba de finalizar en el mes de junio, el profesor nos propone que le contestemos por escrito a una cuestión: ¿Quién soy? Y para ponerme a la tarea comienzo a rebuscar en los pensamientos enlatados...

¿Quién soy? ¿Quién lo pregunta? ¿Qué pretenden saber de mí? ¿Por qué me ponen en ese brete? ¿…? Me olvido de los qué quién por qué… porque importa cómo me siento yo: una fotocopia animada.

En el discurrir de los cumpleaños aplaudidos desde el uno de enero de 1950, voy comprobando la retahíla de posibilidades de diálogo que ofrece la línea temporal, nombrada vida: un devenir de acontecimientos ligados al sentimiento que cada alma intuye como singularidad repetida. 

Una de tantas fotocopias animadas revela la instantánea que deja entrever ciertos rasgos diferenciales sobre cómo se puede sentir el alma: ¿de trapo o de bayeta? Al repasar sus definiciones siento que puedo comprender mejor las experiencias vividas como reflejo de lo mucho o poco que soy capaz de aprender a reírme de mi misma, y con los demás. 

Alma de trapo, definida como «anaco de tea vello o paño estragado o velamen de un barco» se aprecia cual brial venido a menos y da paso al sentido con el que muchas gentes lo miran y desechan por inútil e inservible. ¿Acaso es un andrajo de tela con el que trajinar por el mundo? O, bien mirado, ¿resulta ser el compañero en el que verter aquellas penas recónditas del ánimo cuya arca para la vida sin vela pierde su rumbo? 

Qué decir del Alma de bayeta, de paño grueso de baja estofa… parece ser que le ha ido algo mejor que a trapo. Se la tiene por una pieza fundamental en los quehaceres cotidianos para la limpieza y el embellecimiento de los enseres que conforman el entorno de una persona. Su rango, elevado a paño de algodón, alterado paulatinamente en función de los adelantos que la ciencia y la tecnología le van procurando, le ha permitido despegarse, si cabe cada día más, del andrajoso trapo. Los ejemplos son tantos que de poco vale agobiar con ello. Es suficiente recorrer los lineales en un supermercado y comprobar en cuan diferentes apodos se convierte este paño universal cuyo sustantivo bayeta adopta el género femenino: la bayeta ecológica la bayeta multiusos la bayeta atrapa-polvo… 

Digamos que, al igual que el blanco y el negro, el bien y el mal, la hembra o el macho, se presenta la disyuntiva para el copiado del alma: ¿de trapo o de bayeta? Trapo es mi compañero desde la infancia, lo guardo en recuerdo de mi bisabuela que acompañó mis primeros pasos en el declinar de los suyos, a los noventa y dos años. Yo me podía sentir un diablillo en mis trastadas, pero ella me seguía llamado “ángel divino”… era su quitapenas. En su recuerdo compuse el relato ilustrado: “El trapo quitapenas” que refleja mi sentir desde la más tierna infancia.

Descubro anteayer que no soy rarita por que la música envuelva mi ser ya en el útero materno; siento que vibra en mí y me acompaña. La música está por todo el cerebro y muchas personas cantan antes de hablar (según se visualiza en los escáneres modernos). Debe ser mi caso, pues, la comparto como aliada personal para expresar las emociones que me asalten. La alegría y la tristeza se unen en “armonía-disonante” de las voces que así lo buscan. Se hace imprescindible también cuando me comunico con algún ser querido desde cualquier aparato móvil, cualquiera reconoce el sonido de mi voz cantarina que trata de acoger sin que medie estímulo de imagen. Mis nietos lo perciben ya en la cuna, y eso me reconforta porque siento que se establece un nexo así pretendido, auténtico.

Me animan los colores que iluminan la oscuridad. Como coruñesa sé de la niebla en la que se esconden las hadas y las meigas. En aquellos parajes el colorido nos recuerda que la luz nace del interior y que brota con dulzura allí donde la esperanza vive aún en la penumbra. Gusto de llevar colores tan vivos como el verde pistacho o el amarillo canario. Recordar la gama cromática y realizar las combinaciones que armonizan, es en mi algo innato.

Reconozco que prefiero las imágenes sin florituras, aunque las composiciones desencajadas son mis preferidas, a la hora de crear.


Uno no se ve así mismo. De modo que al tratar de responder a la cuestión ¿Quién soy? se puede entrar en un círculo vicioso.

El espejo donde nos miramos nos envía una ilusión. El narcisista se recrea en esa ilusión, y se pierde en el orgullo.


Solo sé que lo que no quiero ser: un ególatra.

Algunos pensamientos que describen mi proceder ante hechos concretos que pueden chirriar en mentes ajenas, los guardo también en la nube. En otra ocasión abriré esa lata que se halla entreburbujas.

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