miércoles, 15 de abril de 2020

NOVATA 48

LO QUE QUEDA POR SENTIR...

Mientras uno está vivo alberga esperanzas, al menos, la mayoría de la gente así lo expresa.

Llevo tiempo intentado compartir en este blog lo que pasa por mi mente en estos momentos de zozobra generalizada por el COVID-19. En estados de incertidumbre, los profesionales de la pluma lo hacen magistralmente; pero ese no es mi caso. Me siento en compás de espera, sin tener nada en mente que me lleve a imaginar más allá de la tarde cuando amanece el día; doy gracias y despierto a mi marido con un beso. ¡Soy una privilegiada!, lo sé.

Al levantarme, tomo la pastilla de la hormona tiroidea, media hora antes del desayuno. Mientras espero, miro los mensajes que en la noche dejé pendientes; leo las noticias y comienzo a tratar de analizar lo que me deja perpleja y que me anima a la crítica constructiva. Comparto luego con las amistades aquello que considero de interés. Algunas veces me contengo, pues puedo atosigar y no es mi intención. Sé que tengo facilidad para digerir lo que veo, leo y escucho; no así lo que como, pues soy intolerante a la lactosa.

Sabiéndome pragmática, en mi fuero interno soy muy sensible a las injusticias y lo hago saber de forma, en ocasiones, radical. No se puede generalizar sin pecar de meter la pata. Por eso, cuando escribimos públicamente, lo hacemos de manera impersonal; cosa que a mí me horroriza de ahí que en tantas ocasiones sea una metepatas.

En esta entrada quiero dar prioridad a dos cuestiones que en el confinamiento me han dado qué pensar: una es el miedo y la otra la libertad.

Del miedo traigo a colación unas citas de Dale Carnegie  (1888-1955):
"La inacción engendra la duda y el miedo. La acción genera confianza y coraje. Sal de casa. Mantente ocupado; es el medicamento más barato que existe."
En los años ochenta lei alguno de sus libros. Y lo que sigue llamando la atención es su forma de trasmitir una idea sabida, aunque en menor medida practicada:
"Resulta posible cambiar el comportamiento de los demás si cambiamos nuestra actitud hacia ellos."
Soy consciente de que, en estos momentos de confinamiento, la propuesta "salir de casa" parece una provocación, y lo es. Es una invitación a que salgamos de nuestra zona de confort mental.
La creatividad, ya sea en la cocina, en cualquier rincón del hogar, en la atención a los seres queridos que nos acompañan físicamente, a quienes estén al otro lado del teléfono, como también en las plegarias por los fallecidos, todo ello nos sirve de aliento al movimiento. Y tengo la sensación de que lo estamos haciendo muy bien. Somos verdaderamente gente inteligente.
El miedo es libre, de ahí su peligro. Y de ahí también la conveniencia de mantener la mente ocupada. A los jubilados nos quedan unas cuantas semanas de confinamiento, por ser población de riesgo al contagio.
El tener que organizar día a día un plan que active las neuronas, mantenga la musculatura y alimente el espíritu, no es tarea fácil. Y se complica cuando hay que cuidar de una persona que padezca alguna enfermedad neurológica que le impida ser autónomo física o intelectualmente.
Desde luego, de esta salimos todos fortalecidos. El ingenio se practica a diario y eso rejuvenece. Arreglarse y perfumarse anima cuando uno se mira al espejo de los suyos y le regalan una sonrisa y le dedican un requiebro. Todos pueden participar en las tareas del hogar con sus iniciativas que enriquecen la visión de conjunto. Un largo etcétera de capacidades por descubrir entre todos.

La libertad es uno de los bienes individuales que resulta cercenado en estos momentos de confinamiento. Y no hago mención a libertades democráticas que pueden verse conculcadas por gobernantes con tintes autocráticos. De eso se encargará la Justicia, en su momento si lo hubiere.

Sin embargo, lo que si me preocupa y no abre los telediarios es la inquietud de las familias que se sienten impotentes con los hijos en casa ante el retorno a la actividad laboral.
¿Qué hacemos?
La libertad es uno de tantos conceptos que se desmoronan ante la cruda realidad, que deja en pañales a la cacareada libertad carente de sentido y sin valor alguno.
Construir sobre papel mojado, es lo que tiene.
Los abuelos no pueden atender ahora a los nietos. Las guarderías, las escuelas y los institutos permanecen cerrados. Las familias no disponen de recursos económicos para pagar a una persona que atienda a los hijos en el hogar.
¿Se ha planteado el Gobierno cómo resolver este problema social? De no hacerlo ¡no es un Gobierno social!
¿Dónde queda la libertad cuando la solución pasa por una elección forzada? ¡Eso no es libertad!
Y para finalizar esta reflexión personal entro de lleno en el título:
Lo que queda por sentir...
Cuando me llegan mensajes al móvil que, con su mejor voluntad, proponen la felicidad, la sonrisa, incluso el jolgorio, me detengo y pienso:
Es complicado ser feliz cuando se pone uno en la piel de quienes sufren una pérdida; de quienes están llorando la muerte en soledad de sus seres queridos.
No soy capaz de lucir felicidad. Sé que en estos momentos soy una privilegiada y doy gracias a Dios cada día. No decaigo. Ni tampoco dejo de rezar porque aprendamos la gran lección que esta pandemia deja encima de la mesa. Pero el concepto de felicidad lo dejo entre paréntesis. No es mi prioridad. Nadie me la quita. Me pertenece. La llevo, pero no la luzco.
Estoy de luto.

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